Ciudad del postureo
El "Auténtico" Postureo de Pueblo
Es fascinante observar cómo la gente en los pueblos, especialmente en uno como el nuestro, se esmera en mantener esa fachada de "somos de aquí de toda la vida y no nos cambia nadie". Es casi un deporte olímpico local, diría yo. Ves a fulanito con su gorra de anuncio de pienso, que se la pone solo para ir al bar, no vaya a ser que alguien piense que no está "pegado a la tierra". Y a menganita, que no perdona su rebeca de punto grueso en pleno agosto, porque claro, "en el pueblo siempre refresca por las noches" (aunque estemos a 30 grados).
Lo mejor es la competencia silenciosa por ver quién es el más "pueblerino". Si no tienes una anécdota sobre el huerto de tu abuela que implique sudor y penurias (aunque lo más cerca que hayas estado de un azadón sea el mango de una fregona), parece que no eres digno de pisar la plaza. Y ni hablar de los que presumen de no salir del pueblo "porque aquí lo tenemos todo", mientras revisan en secreto vuelos baratos a Benidorm en sus móviles de última generación.
No olvidemos la obsesión por mantener las tradiciones. ¡Qué importante es ir a la procesión, aunque no sepas ni a qué santo le estás rezando, pero hay que ir, que si no, la gente habla! Y luego, por supuesto, hay que subir la foto a las redes sociales con un pie de foto profundo sobre "nuestras raíces" y "el valor de lo nuestro". Porque, ¿de qué sirve ser auténtico si nadie lo ve?
En fin, es un espectáculo digno de admiración. Un teatro cotidiano donde cada habitante es el protagonista de su propia obra de "realismo rural". Y nosotros, los afortunados espectadores, disfrutamos de la función, sabiendo que bajo esa capa de autenticidad forzada, lo que realmente palpita es el miedo a que te confundan con "uno de fuera". ¡Que el postureo nunca muera!