De referente en la Magdalena…
A mera sombra de lo que fue.
Hubo un tiempo en que pedir un Sobrino era casi un ritual: un taco de solomillo jugoso, envuelto en bacon, con la opción de añadir el mítico “cachirulo” —esa generosa tira de pimiento asado que coronaba la tapa—. Todo servido sobre una rodaja de pan que, empapada en los jugos del solomillo, era una tentación imposible de dejar en el plato.
Hoy, lamentablemente, ese mismo Sobrino es solo un triste recuerdo. Lo que antes era un bocado glorioso se ha transformado en una suela de zapato atada con un cordón de bacon, sobre un pan que parece haber visto días mejores. Eso sí, aún te dejan “elegir”: unos daditos de pimiento sin alma, una cucharadita de paté perdida o una lágrima (literalmente) de queso fundido.